martes, 15 de noviembre de 2011

Que tonterías hay que oir sobre la confianza


Los CDS son derivados financieros. En principio son contratos de seguros contra impagos de deuda nacidos en los 90, que explotan al inicio del siglo. En teoría asemejan ser swaps, productos de permuta e intercambio que nacieron en los ochenta, y sirven para cubrirse del impago a aquellos tenedores de la deuda que aseguraran previo pago de una prima como cualquier seguro. Si dicha deuda cayera, contra estos seguros pagaría la entidad vendedora.

Imaginen un banco de inversión que para protegerse de riesgos de cientos de miles de millones prestados se asegura contra el pago de primas a un tercero que asume el riesgo quedando liberado del mismo el primero. Lo que sucede es que el primero borra el riesgo de sus libros y asume nuevos riesgos, mas préstamos (esto es crear dinero de la nada). Imaginen una cadena de ellos y que un gran tomador nunca dispuso partidas para cubrirlos cuando se derrumba el mercado, este fue AIG.

La realidad está muy alejada de la teoría, para empezar se compran o venden al margen del subyacente, tienen vida propia, no necesito estar en posesión de esa deuda para comprar CDS, lo cual ya indica que es un producto financiero y no un contrato para asegurar la deuda que tengo en mi cartera. Además se pueden encadenar múltiples veces, un Cds para asegurar los anteriores Cds que a su vez aseguraban otros, que a su vez… Imaginen ustedes un seguro contra incendios de edificios, pero comprado por alguien que no tiene casa que fabrica otro para el vecino que se lo vende a su primo…En esencia son papelitos de apuestas sobre tendencias de cualquier cosa, que baja la deuda por ejemplo.

Resultan útiles para medir los riesgos de impago de deuda, cuanto más suben sus precios indicaría mayor cantidad comprados e implicaría mayor percepción de riesgo de impago. Realmente son instrumentos financieros ultratemerarios con los que se especula brutalmente, apuestan a que suben o bajan en sí mismos, sin consideración al soporte subyacente que supuestamente los generó y que puede ser cualquiera, apuestan a grandísima escala, como las grandes especulaciones modernas. Su volumen de mercado es gigantesco representa una cifra bien superior al producto bruto mundial, como muestra el famoso cuadro que publicó ‘The New York Times en febrero de 2008’, extraordinariamente superior al que mueve la bolsa de Nueva York, o los mercados de préstamos hipotecarios, o el mercado de bonos del Tesoro estadounidense, y no están regulados.

Comprar o vender enormes cantidades (no los utiliza cualquiera pues se exigen unos mínimos de inversión altísimos) a plazos cortos supondría beneficios o pérdidas gigantescas para quienes lo hacen y destrozos inmensos para los subyacentes, que en este caso si son deuda pública pueden destrozar países enteros y recordamos que sin necesidad de haber comprado deuda, son tenedores de la apuesta, pero no de la base. Sus precios no reflejan exactamente las dificultades de tal o cual país, pero juegan con ella, porque realmente tratan de que afecten a los precios de los CDS en el sentido de su apuesta, si generan y difunden noticias de miedo instantáneamente sus precios crecerán y dichos movimientos pueden hacer que paguemos 1 o 2 puntos más de intereses que son muchos miles de millones de euros.

Un mundo soportado en una realidad virtual, que sin duda afecta a la real, y la condiciona agravando nuestras penalidades. De poco sirve que las economías europeas realmente estén mejor que la mayoría de otros países, este mundo virtual provoca paradojas que muestran estar valorados con mayor peligro y así la especulación trabaja con mayores márgenes atacando a Europa.

El problema es cómo frenarlo, si es que es posible evitar las apuestas de los seres humanos. Los tiburones financieros que juegan esta especulación ni siquiera son en muchos casos las finanzas tradicionales, incluso estos individuos con sus movimientos consiguen también barrer sectores de capital financiero tradicional. El monstruo (los mercados financieros) tiene un descontrol interno tan suficientemente potente como para implosionar todo sistema.

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