viernes, 22 de mayo de 2020

Sobre el patriotismo democrático

II.- Responsabilidad de las derechas y sus políticas excluyentes

Los distintos nacionalismos españoles, central y periféricos, -los dos son peores- son muy parecidos en postulados filosóficos y en sus acciones políticas, opresoras y represoras; ambos son excluyentes de todos aquellos que sean diferentes. Dependiendo de momentos, será visible en los nacionalismos de allá o acá, su intención permanente de considerar a los otros como distintos, con menores derechos, ya que parten del supuesto de su menor calidad cultural e histórica. El fondo del asunto es que consideran su legitimidad por encima de la de los demás, aquello es suyo, la patria, los símbolos, las tradiciones, el territorio, la riqueza, la cultura, la historia…

Según las élites derechonas, españolistas, catalanistas o vasquistas, el resto de la gente tendrá que aceptar sus postulados nacionales si quiere ser bien tratada, si ustedes se amoldan y aceptan su inferioridad, serán aceptados socialmente, de lo contrario serán excluidos de la tribu, del clan. La sociedad no la entienden como conjuntos de individuos con múltiples intereses que conviven en espacios temporales en los que solo será posible hacerlo cediendo en algunos postulados y aceptando otros de los demás. Los nacionalistas no entienden la sociedad compuesta por ciudadanos libres, de diferentes clases, religiones, etnias, idiomas, edades, tradiciones etc., distintos, pero siempre en igualdad de derechos y obligaciones, por eso ciudadanos, que con solidaridad y justicia mejor que caridad, buscarán la equidad para toda la ciudadanía que puede convivir con múltiples identidades diferentes.

La política de la derechona agravará la quiebra social, conseguirán alejar millones de individuos del sentimiento colectivo español, ‘maldita Constitución, maldito Gobierno, maldita España’, repetirá la gente. La sensación de apátridas, de excluidos del conjunto dominará lo justo como para agravar el problema de la identidad nacional periférica, nadie quiere ser amante de quien le trata mal. Somos un país algo diferente en este asunto, a los extranjeros les parecemos que no respetamos símbolos nacionales, en manifestación pública, cultural, de representación o deportiva, que son las que ven por televisión. Somos capaces de insultar otros himnos, banderas, representantes del estado, ritos y ceremonias se celebran sin mínimo respeto del público, de educación hacia los demás… maldecimos nuestra historia, y nuestra gente, de la que desconocemos casi todo. Los extranjeros se llevan las manos a la cabeza cuando nos comportamos de esta forma en sus ciudades, o si nos interesamos por cómo actúan en sus países y los criticamos sin guardar un mínimo de prudencia. 

No nos sentimos respetuosos porque durante muchos años los carpetovetónicos, las derechonas del momento, no lo han sido con el conjunto de los españoles. Las personas son la piedra angular de los símbolos, sin un fuerte respeto a los individuos, considerándolos ciudadanos, poco respeto puede haber hacia otra cosa, por eso tiene tantísima importancia no herir gratuitamente, ¡Quieren desenterrar los muertos por cobrar subvenciones! Esta gente, deberían ser expulsados de sus partidos y cargos, no es así, les ríen y aplauden las gracietas incluso en sede parlamentaria. El sentimiento fraternal hacia la Constitución disminuye porque sigue habiendo muertos en las cunetas, porque se vive en el desprecio de los poderosos hacia el pueblo, y en un problema de enfrentamientos nacionalistas, millones de españoles sentirán simpatía por los que se enfrentan al españolismo excluyente, o se retirarán a un lado dejando hacer, sin oponer como mejores principios ciudadanos y progresistas los de la Constitución. La cuestión es que esta actitud cede la Constitución a los carcas, regala su defensa, su propiedad, lo cual acrecienta el problema de exclusión de millones de individuos de la identidad común española. 

El orgullo y respeto por los conceptos nacionales se consigue cuando se utilizan de forma conciliadora, cuando los símbolos se usan de forma inclusiva y respetuosa con los otros vecinos, incluidos los contrarios. El símbolo nacional debe serlo, si y solo si, es aceptado voluntariamente por el conjunto ciudadano. El amor y respeto por lo español, se manifiesta defendiendo su carácter genérico e integrador, por lo tanto combatiendo a los ultras que se apropian símbolos y utilizan para sí.[1] El asunto del patriotismo es altamente delicado por sentimental, encierra muchas de las disputas de este país, las emociones pueden encabronar la relación, crispar la convivencia hasta hacerla insoportable para muchas personas. ¡Que se jodan!, es lo que dicen unos arremetiendo contra los otros. Su torpeza es tan brutal como la de aquellos que dicen ‘O me quiere a mí, o la mato’, la misma emoción machista que provoca tanta violencia. Pero el amor no se impone, el cariño no se puede obligar y quien lo pretenda solo difunde odio y ánimo de exclusión lo cual suma adeptos a la independencia ‘ya que me excluyen, a la menor oportunidad me voy’. Como poco, suma simpatías hacia otros nacionalismos que pelean con quien me expulsa.

El problema con la bandera, la historia, la tradición… es que no son símbolos comunes, de todos, que deberían unir a la mayoría, no hay experiencia elegida voluntariamente, querida y aceptada masivamente. Enfrentamientos de sangre han sido frecuentes entre españoles, ha faltado un componente externo de unión contra un peligro común como tienen otras naciones. Salvo 1808, y ello, rodeado de aspectos confusos y mezclados de modernidad y carcunda que facilitaron la vuelta de las cadenas. Al margen de su historia antigua, la creación legal en la Transición del símbolo nacional, reconvirtiendo la bandera franquista quitando la reminiscencia fascista del ‘aguilucho’, es uno de los mayores puntos negros de la época, -otro es la ley electoral, la principal llave para abrir la solución de un montón de problemas- dejó la bandera demasiado cercana al símbolo bajo el cual combatieron los golpistas que iniciaron la guerra civil y arropados en ella dirigieron la represión sangrienta contra el pueblo español. Ocurre con la historia, las tradiciones y con lo español, tiene demasiada carga de franquismo y nacionalcatolicismo, lo que separa a la mitad de los españoles del conjunto en el que no se sienten incluidos.

A mucha gente le parece bien mantener el símbolo bajo el cual lucharon, creerán que las historias y tradiciones españolistas deben ser soportadas por toda la población -para eso ganamos la guerra, ¡que se jodan!, gritan- pero, precisamente por ello, por quererlo imponer a sangre y fuego, la otra mitad del país se aparta, no puede sentirse incluido, no es querido, aquello no es compartido por amplias mayorías y el país se debilita, la convivencia se resiente, los proyectos comunes no salen adelante, mientras, los nacionalismos periféricos se fortalecen. Todas las historias y tradiciones, cualquier bandera que se izara, tendría amantes, no llegó todavía el momento de que la derecha, no la derechona, los conservadores españoles, sean conscientes de que lo español no necesita unos pocos amantes celosos, sino que es necesario que una gran mayoría de ciudadanos se sientan cómodos con su país, su historia y símbolos. El problema que tenemos los españoles, ganadores y perdedores, azules y rojos, es que compartimos espacio y tiempo y sería preferible para todos conciliar sentimientos de los diferentes para hacer sencilla y placentera la vida en común. La cuestión es potenciar la sociedad democrática, inclusiva. O cada día aumentarán los que querrán independizarse.

Después de la guerra civil y tras de la muerte de Franco, en aquellos tiempos de la Transición hubo varios centenares de muertos, que cayeron por balas de funcionarios protegidos por la bandera española, y por escuadrones de fachas escondidos tras ella. Muchas palizas fueron dadas arropados con ella, muchos insultos impartidos por quienes portaban la rojigualda. Tras el golpe de estado de Tejero, el 23F, hemos visto por las calles, en los bares, comercios, en los campos de futbol… a individuos que llevaban la parafernalia del golpista y portaban la rojigualda a su lado, de hecho, los símbolos se vendían juntos, sin que el resto de conservadores les recriminara por ello. Era el símbolo de los que gritaban ‘Tarancón al paredón’, de aquellos que defendían una iglesia franquista y ultra, mientras la mayoría de los azules asentía o callaba. Carrillo, el PCE, durante la transición, la abrazó, para evitar conflictos mayores dentro de la política de ‘reconciliación nacional’, e intentó con grandes esfuerzos que fuera aceptada por los comunistas, es la contribución que le reconocen desde instancias conservadoras. Entonces pudo haberse intentado una mayor identificación popular reduciendo agravios si algunas minorías no se hubieran apoderado de ella, sin reacción de los conservadores para criticarlo. 

Desde aquellos días la bandera y el españolismo, son utilizados con demasiada frecuencia por la derechona[2] para golpear al resto, siempre con la pretensión de someter o expulsar a los españoles de su propio país. Lo español fue utilizado por muchos para excluir y desde posiciones conservadoras no lo evitaron saliendo al paso de los excluyentes, y ahora mentes preclaras de entre ellos reconocen el inmenso error. ¡Qué carajo! tenemos un serio problema.[3] Ahora lo reconoce el Alto Comisionado para la marca España, nombrado por el Gobierno del PP, dice que tenemos un grave problema nacional, la extrema-derecha ha patrimonializado la bandera, un símbolo que debería ser de todos. Algo que sabíamos desde hace bastante tiempo muchos millones de españoles y cuyo problema, gran problema, los militantes y votantes azules no han querido resolver, y en gran parte provocan ellos mismos, para muestra los ejemplos de los últimos días.[4] El Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, afirmó en el Fórum Europa:

''Tenemos que limpiar los símbolos de nuestro país de connotaciones que no le han favorecido'' conminó, abogando así por quitar a la bandera española ''toda connotación política'' con el objeto de que ''sea percibida como patrimonio de todos''. ''La extrema derecha hizo mucho daño patrimonializándola'', lamentó. Espinosa de los Monteros emitió este diagnóstico en la conferencia que pronunció en el evento informativo que organiza Nueva Economía Fórum, ante la atenta mirada del ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación, José Manuel García-Margallo, que promovió su nombramiento. Si quieren empezar a corregir el problema, deben pelear por desterrar la apropiación patrimonial de sus propias filas, visible en cada manifestación callejera azul, en cada reivindicación ultra sea religiosa o política, visible en la ostentación ante sus líderes o contra los del resto, siempre usada como arma excluyente. Todo el mundo sabe que tras una pulsera rojigualda, o pegatina en un coche, hay un individuo de extrema-derecha en un 70% de ocasiones, franquista en un 20%, y variados en el 10% restante. Todos sabemos que en las manifestaciones de los derechistas los ultras se identifican con la bandera española como su enseña y que grupos o individuos violentos se amparan tras ella.

Todavía se puede empeorar si los defensores institucionales de símbolos que deberían unir, son tan torpes para no darse cuenta de que todos recuerdan atrocidades del pasado, que reflejan otros símbolos que incluso por ley deberían ser quitados de la faz pública, como nombres de golpistas en calles e iglesias, o cuando el pueblo ve que no defienden la dignidad de los españoles enterrados en cunetas ¡en ningún otro país civilizado del mundo! Si no ven que eso excluye no deberían formar parte de las instituciones de este país. Para mucha gente, los símbolos de la patria, son los españoles, las personas que viven sufren y trabajan, o quieren hacerlo, aquellos sin los cuales la sociedad dejaría de funcionar o simplemente no existiría, son los desahuciados por los banqueros, los niños que necesitan comer en colegios públicos para mantener dignamente la población. El mayor símbolo patrio del que sentirse orgullosos colectivamente se percibe en el sistema sanitario español, uno de los mejores y más baratos del mundo y vemos como se está destruyendo. Los símbolos patrios negativos apartan, restan, aumentan la huída cuando no se ve voluntad de corregirlos, son los evasores fiscales, empresarios, cantantes, personajes… que ‘adoran la patria’ pero tienen su dinero en el extranjero, o el símbolo de la corrupción imperante sin que asuman responsabilidades políticas y/o judiciales... La actuación durante la crisis económica y política está sembrando el país de desafectos, por la destrucción realizada y llevará a la exclusión y miseria a un tercio de españoles que solo querrán huir, escapar, independizarse y como no podrán hacerlo sumarán simpatías a todos los que se enfrenten al gobierno español, sean independentistas catalanes o vascos. 

Otra vuelta de tuerca que dañará la convivencia la está dando la política partidista del PP, alejado de una visión de estado, lo cual supone considerar a todos, carece de visión integradora, de entender que España no es suya, que los símbolos no son suyos, que la patria si quieren usar este concepto, son los españoles todos, y no solo los nacional católicos, tener visión de estado implica ser inclusivo en cualquier movimiento que se haga, tener en la cabeza la idea de compartir, de sumar amigos de la Constitución mejor que restar apoyos, implica pensar para el largo plazo aparcando réditos electorales a corto, lo cual incluye salidas a la crisis económica fundamentalmente inclusivas sin dejar gente por el camino que debilitarán la sociedad a medio plazo, incluye salidas que se vean como mejores para amplias mayorías, alternativas que se perciban de mayor calidad para los desfavorecidos que las otras, no se trata tanto, o tan solo, de cuestionar lo malo de la secesión, o su imposibilidad legal… como de mostrar lo bueno de la unión en un proyecto ilusionante de futuro, la gente quiere vivir junto a otros cuando percibe buen trato, ventajas y cariño superiores a vivir separado. No se trata de describir maldades o tropiezos de los otros, como de describir bondades nuestras, sentir orgullo de nuestra historia, pero no de la suya, sino de la que puedan sentirse orgullosos amplias mayorías.

Ahora parece que tratan de aprovechar de forma partidista el problemón soberanista para destrozar/expulsar al PSOE y a las izquierdas del contenido común de defensa de lo español, pretenden obtener con ello el rédito electoral que perderán con la crisis económica, lo cual lo único que hace es confirmar lo difícil que es sentirse español, que según el esquema de pensamiento derechista requiere sentirse vencido, parecen decirnos ‘a los otros los dejamos aquí tirados’. En vez de construir un entorno positivo, lo cual quiere decir participar con las mismas reglas, derechos y esperanzas en construir una sociedad incluyente, que implica sin vencedores ni vencidos, de todos, en el que apetezca vivir y por tanto defender, lo cual necesita dejar a un lado tendencias patrimonialistas excluyentes, como las que muestran las políticas anticrisis del gobierno PP, corrupción, ladrones sueltos, ayudas a los ricos mientras dejan en la miseria a millones de españoles. A lo que se añade el olvido tradicional de los miles de muertos en las cunetas, que rompen cualquier ilusión de sentirse todos españoles, como pueden pedir a la gente defender a España, tratando a tanta gente con tanto desprecio. En este sentido similar al tratamiento dado por CiU, las derechas españolas son muy parecidas, ocultar con la emoción nacionalista los problemas derivados de las políticas de austeridad en las condiciones de vida, lo cual tendrá también costes para ambos.

Uno de los pocos momentos en que las muchedumbres se abrazan a la bandera sin ideologización de vencedores y vencidos, es cuando la Roja gana en el fútbol, porque tras la alegría de esa noche, no se esconde la identificación de un sector de la derecha española, sino la expresión contenida de querencia común ante un grupo de gente de múltiples rincones de España que trabaja en equipo para obtener una finalidad colectiva. Nadie ha hecho más por difundir el símbolo nacional que el fútbol de la Roja, y supongo que quedará para la historia estudiarlo.

Manuel Herranz Montero. Diciembre 2013. 


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