Infantilizados o ancianizados. JAVIER MARÍAS. EL PAIS SEMANAL - 12-07-2009
Se ha escrito ya mucho acerca de la actitud del electorado de derechas en las aún no lejanas elecciones europeas. En aquellas Comunidades Autónomas en las que hay dirigentes del Partido Popular más o menos involucrados en tramas de corrupción, o sospechosos de ello, ese partido ha mejorado sus resultados de manera notable, como si, en lugar de castigarlo por el insoportable tufo a podrido, los votantes hubieran decidido recompensarlo. Como si, en vez de indignarse con quienes han cometido abusos de poder o parecen haberlo hecho, con quienes han utilizado sus cargos para enriquecerse o se han apropiado directamente de dinero de los contribuyentes, la furia se hubiera volcado con quienes han descubierto el pastel, han investigado los posibles apaños y cohechos y han alzado el dedo acusador contra los presuntos ladrones y estafadores. Es cierto que hay un elemento sorprendente en esta actitud, o que al menos lo habría sido hace no demasiados años, y no conviene pasarlo por alto.
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Estaríamos en una sociedad llena de chorizos vocacionales, lo cual sería muy preocupante y grave hasta la médula. Yo no lo descarto, y además incluiría entre ellos a numerosos votantes de otros partidos: pertenezcan al que pertenezcan los alcaldes y concejales a los que en cualquier localidad se acusa de corrupción, la reacción de los vecinos suele ser de apoyo incondicional al encausado -o ya condenado- y de ira contra el fiscal, juez, periodista o policía que hayan destapado el caso.
Una de las argumentaciones más frecuentes para explicar este comportamiento es que dichos alcaldes o concejales "han traído riqueza al lugar", sin que a casi nadie le importen los orígenes ni el modo de conseguir esa riqueza, si es legal o ilegal, si con ello se han destruido monumentos o paisajes históricos, si el "enriquecedor" ha arramblado por el camino con parte del dinero de los "enriquecidos", que también serían, por lo tanto, estafados.
Cuando lo propio está en juego, qué más dan las banderías, esto se sabe. Pero lo propio no siempre está en juego, por fortuna, y aun así se vota al corrupto cuyas actuaciones no nos benefician personalmente. Creo que el motivo por el que esto sucede es aún más grave que si se debiera a la proliferación de chorizos vocacionales, y que está muy extendido, más allá de nuestras fronteras y desde hace tiempo.
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Con demasiada frecuencia la cuestión es ya sólo "que gane el mío", sea por negro, por mujer, por blanco, por varón, por derechista o izquierdista. A una gran parte de la población mundial la verdad ha dejado de importarle. De hecho ha elegido no verla aunque se la pongan delante, si no le conviene. Ha decidido de antemano cómo quiere que sean las cosas, y niega cuanto no le gusta o le molesta. Vivimos cada vez más en un mundo en el que la gente no soporta lo que le desagrada, ni lo que le crea dudas, ni lo que la obliga a retractarse o a reconocer que se ha equivocado. Es lo propio de muchos niños y de muchos ancianos: niegan la realidad adversa y prefieren no enterarse. Aún es más: precisamente para contentarlos y no darles disgustos, los adultos tienden a ocultarles las malas noticias y a engañarlos.
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